FÉLIX CORTÉS CAMARILLO
De cuando en vez la Naturaleza –o Dios, según el modo de pensar de cada quién- ejerce sus poderes plenos y manda a la Humanidad plagas severas en castigo a su mala conducta. Tenemos aún en la memoria reciente el más de medio millón de mexicanos muertos por el Covid 19. Aunque en ese caso, fue el Faraón casero el que atendió mal a la plaga que nos afectó de tal modo, no sé si causada por Dios o la Naturaleza.
Menciono al Faraón pensando en el presidente López, porque me releí en la Biblia la historia de las diez plagas –que no fueron doce- que Jehová mandó sobre Egipto ya que el méndigo Faraón no dejaba salir a los judíos que tenía cautivos en su patio. Vamos, como rehenes de aquel entonces, que en esas tierras parecen tener tradición, como estamos viendo ahora en Palestina.
Medio inconforme, y con la complicidad de Moisés, Jehová mandó diez plagas sobre los egipcios: primero convertir el agua en sangre, la cual era asquerosamente impotable; el Faraón negoció con Moisés, pero no soltó a sus rehenes. Jehová se molestó y mandó la invasión de ranas, luego la de piojos, enseguida la de los tábanos. Ante la tozudez del primer ejecutivo de aquel Egipto, mandó la peste del ganado.
Pues nada que entendía el Faraón: decía que sí, pero no decía cuándo. La sexta plaga bíblica se le llama del sarpullido o las llagas, pero hay sospechas que fue de lepra. Uno no sabe, bien a bien, cuál versión creer. Ya medio encabronado, Jehová mandó la séptima plaga, que para mí es cinematográfica: lluvia de granizo y fuego. Al mismo tiempo. Me reservo mi opinión.
Luego llegó la plaga de los saltamontes y las langostas –que no son las que se comen en Maine, sino otras más chicas y horrendas – y aquí el Faraón medio dobló las manos: se podían ir los varones, pero se quedaban las mujeres y los niños.
Medio pendejo, ¿no?
En la plaga novena, Egipto, excepto la comunidad judía, se quedó en unas tinieblas, dice el Libro, que se podían cortar con cuchillo. Ya en esos trances, Jehová, que poca paciencia muestra en la Biblia, ya estaba hasta la madre, mandó la décima plaga, la muerte de cada primogénito de los egipcios. Ahí sí se le doblaron las corvas al Faraón, pero su hijito heredero ya había muerto. Él también con su ejército, en el Mar Rojo.
Eso dice la Biblia, a mí que me esculquen.
En lo que consta de posteriores registros más o menos confiables de lo que era el mundo hasta la Edad Media, mundo por cierto bien pinchurriento, se sucedieron la peste negra, la bubónica –no sé si es la misma- la española, y otras. Luego llegaron la meningitis, la tuberculosis, la purgación, sífilis, el SIDA y otras parecidas. Obviamente es el castigo de Dios o la Naturaleza por haber malentendido sus mensajes. Eso de creced y multiplicaos hace tantos siglos tenía en aquel tiempo una base económica para que cultivaran más hombres la tierra; pero no se midieron.
Luego, le dieron en la madre a los recursos del planeta. No hay hoy cómo alimentar a todos los que habitamos una tierra depauperada.Y olvídense de Marte, ¿Eh? Mejor recuerden la película Soylent Green en donde nos comemos los unos a los otros. Comunión a lo bestia, digo.
Las dos plagas de nuestro tiempo y el que viene se llaman simplemente y desde hace mucho, migración y agua.
No hemos podido entender por siglos, que la cantidad de agua que hay en el planeta tierra es invariable: no hay más agua que la que hay, en cualquiera de las formas que se presente: siempre va y viene y sigue igual. Como el mar de ola en ola diría el gran Miguel Hernández.
El agua se presenta en los enormes océanos que se evaporan y reciben lluvia, en los glaciares polares que estamos derritiendo para beberlos con whisky, en las plantas y en otros seres vivos. Me enseñaron desde chiquito que mi cuerpo es 96 % agua. Yo lo sigo dudando cada vez que hago pis. Pero lo cierto es que no hay más agua que la que hay.
Y los humanos somos siempre más. Y menos ricos. Ergo, las migraciones son inevitables. Siempre ha sido así. Es la respuesta de la naturaleza impulsada por la entraña humana, de salir de un lado malo para ir a otro mejor.
No hay agua para los migrantes. Ni para los residentes. Y me queda claro que ésta es una visión apocalíptica.
Como yo no voy a estar aquí en cien años, me preocupa mucho. Porque quiero permanecer aquí con mi especie tan vituperada y tan tonta.
PARA LA MAÑANERA (porque no me dejan entrar sin tapabocas): Los invito a un juego tal vez infantil: lo mejor y lo peor.
Lo peor que le puede pasar a México es que la presidente Sheinbaum cumpla su dicho de, una vez en el poder, ponerle segundo piso a la Cuatrote. Lo menos peor que nos puede pasar es que Marcelo Ebrard se coloque y gane por estrecho y muy discutido margen la presidencia de la república. Lo mejor que le puede pasar a Xóchitl Gálvez es que se raje y vuelva a querer el gobierno capitalino, que no es poco, pero que ahora le será menos fácil. Lo peor que le puede pasar al gobernador de Nuevo León, Samuel García, es que Dante Delgado lo sacrifique en el tabernáculo de López Obrador para perder gacho la presidencia, o lo que quiera, y regresar a Monterey cabeza gacha y Congreso rapaz. Todo es negociable. Lo peor que le puede pasar a Nuevo León es que el gobernador, quien es un torrente de declaraciones, cero acciones, se quede en su puesto hasta que su muerte política nos separe. ¿Apostamos? Yo, en esto del juego, estoy acostumbrado a perder.
felixcortescama@gmail.com
Lunes, 23 de Octubre de 2023