¡A Volar Joven!

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FÉLIX CORTÉS CAMARILLO

            Debo decir de inicio que nunca he estado en la base aérea militar de Santa Lucía y que no fui invitado a la entrega-recepción entre militares del Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles. Tampoco he tenido la intención o necesidad de volar a alguno de los pocos destinos que de esa nueva terminal de aviación salen vuelos comerciales. De esta suerte, la información que tengo sobre esta obra recién inaugurada sin terminar proviene de lo que los medios han hecho público.

            Es, sin duda, una obra grandota. Innecesaria y, por ahora inconclusa, ineficiente, y dotada de tecnología de aeronavegación de primer nivel. El diseño de su terminal de pasajeros se ajusta a la obsoleta y rectangular caja de zapatos, sin considerar el esquema de estrellas con espigones diseminadas en torno a un tronco central, que multiplica el número de acceso a los aviones. La decoración, en áreas abiertas y sanitarios combina elementos escultóricos prehispánicos con pinturas kitsch ingenuas y de mal gusto, en el estilo pictórico de González Camarena en los primeros libros de texto gratuitos.

            Su principal defecto está fuera de su extenso territorio: no hay vías ni medios de transporte colectivo inteligentes, eficientes, seguros, ágiles, sencillos, que unan esta terminal con los orígenes naturales de sus usuarios, notablemente la Ciudad de México. Equivocadamente, o con intención perversa, se ha pretendido desviar la crítica a este factor haciéndola coincidir con la distancia a la que se encuentra el aeropuerto de la ciudad. No es por ahí. De todos los aeropuertos que conozco en el mundo, en Europa solamente el viejo de Tempelhof (ya cerrado) y los nuevos de Tegel y Schöenefeld en Berlín están dentro de la ciudad por motivos político-militares. El aeropuerto internacional Benito Juárez fue engullido por la mancha urbana que se comió primero la Candelaria de los Patos, sitio unido a los inicios de la aviación mexicana y luego el lago de Texcoco. Todos los demás aeropuertos están considerablemente lejos de las grandes urbes que sirven.

            Kennedy y LaGuardia, De Gaulle y Orly, Barajas, Arlanda o Heathrow se encuentran a decenas de kilómetros de Nueva York, Paris, Madrid, Estocolmo o Londres. Pasa lo mismo con los aeropuertos que sirven a Buenos Aires, Caracas o Sao Paulo. Así es en todas las grandes concentraciones urbanas. El asunto es que todos tienen servicios carreteros y/o ferroviarios de primera para llegar a ellos. El Felipe Ángeles no. Además, la calificación de México y su seguridad aérea y el plan de negocios de las grandes líneas aéreas son un obstáculo para que el número de vuelos internacionales a la nueva terminal aumente.

            Todo ello ha de ser resuelto a mediano plazo. Se trabaja a todo vapor para ampliar la insuficiente carretera a Pachuca, el tren suburbano y otros medios. Para los odiados fifís alguien inventó el servicio de helitaxis: yo dudo que esa clientela viaje por Vivautobús. Seguro irán en helicóptero a Toluca a tomar su jet privado. Al querer o no, las presiones burocráticas obligarán a las aerolíneas a mudarse al Felipe Ángeles. Ese es ya el aeropuerto capitalino. La opacidad de los manejos en su construcción, amparada detrás de la seguridad del estado, es una asignatura que queda pendiente. Ya se pagará un día.

            Con todo y sus deficiencias, debe reconocerse que inconcluso y todo, el aeropuerto fue entregado en la fecha que se dijo. Esto es algo apreciable en un país en que las promesas, especialmente las de los políticos, nunca se cumplen. El empeño, dedicación, disciplina, lealtad y compromiso de los soldados mexicanos jugó sin duda un papel esencial. Los de verde olivo, una vez más, han cumplido.

PREGUNTA PARA LA MAÑANERA (porque no me dejan entrar sin tapabocas): ¿por qué no poner un puesto de tlayudas en el nuevo aeropuerto? Son más sabrosas que las tortas guangas y caras del Starbucks.

‎felixcortescama@gmail.com

martes, 22 de marzo de 2022

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