FÉLIX CORTÉS CAMARILLO
Para ser sinceros, y mirándola bien, la condecoración del Águila Azteca, mayor presea que puede el gobierno de México otorgar a un extranjero, es más bien pinche, que es la palabra más autóctona de México según el admirado y querido José Emilio Pacheco. Parece una placa de policía de tránsito, o de las chafas de latón pintado que venden en Tepito para hacerse pasar por un “azul”, con su estrella de diez picos y un águila dorada al centro, con las alas extendidas y su inseparable sierpe.
El grado máximo del Águila Azteca, que es el que se entrega sólo a los Jefes de Estado, viene acompañada justamente por un collar de treinta eslabones alternados: quince en esmalte azul turquesa, y quince que son cabezas de águila en plata dorada. Del centro cuelga el medallón.
En términos jerárquicos, al Águila Azteca equivale a la medalla Belisario Domínguez, que se entrega a mexicanos, y es inferior a la Miguel Hidalgo de Iure, máximo reconocimiento a los ciudadanos nuestros de excepción. Ésta última nació apenas en 1975, a iniciativa de Echeverría; el Águila Azteca data de 1933. En ambos casos el Gran Maestre que otorga los premios es el presidente de la República; el Águila lo propone un Consejo del cual es Gran Canciller el secretario de Exteriores
Volviendo a las distinciones oficiales a extranjeros, la lista de recipendarios es variopinta, en sus diferentes categorías, que son seis en orden descendente, de collar a insignia. Sólo menciono a unos cuantos: Bill Gates, Fidel Castro, Nelson Mandela, Lula Da Silva, José Mújica, Felipe VI, Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez, o Francois Holland. Hay personajes sorprendentes como la farsante indigenista Rigoberta Menchú, el músico Bono de U2, el dictador monarca de la nada democrática Saudi Arabia, Salman Al Saud, el jefe de los Carabinieri de Italia o el yerno de Donald Trump y cuatacho de Marcelo Ebrard, Jared Kushner.
Dicho todo esto, sorprende un poco el barullo mediático en torno a la entrega el sábado en Campeche de la Orden del Águila Azteca a Miguel Díaz-Canel, presidente de una Cuba represiva y antidemocrática a quien el presidente López recibió llamándole gratuitamente visitante distinguido, admirado y querido por los mexicanos, y señalando la “hermandad política” que une a las dos naciones, según él. Ambos extremos de la opinión en México expresaron su juicio. Unos en contra de la distinción por el carácter represivo del gobierno cubano, y los otros defendiendo el envío de supuestos médicos y la venta de vacunas cubanas Abdala –de dudosa reputación- para combatir el Covid 19.
En realidad, el acto protocolario no tiene la menor importancia y las reacciones provocadas solamente abonan el terreno de polarización, radical catalización y crispación política que vivimos. El clima de intolerancia que Lopitos promueve diariamente. La corcholata entregada al cubano irá parar al fondo de algún ropero de abuela en una casa habanera. Es un águila que nos hemos empeñado los mexicanos en devaluar; el premio que simboliza está bastante alicaído y muy manoseado por intereses a veces legítimos y en otras no tanto. Dejémonos de niñerías y ocupémonos los mexicanos de cosas más importantes que afectan nuestra vida y siguen deteriorando el futuro de nuestros hijos.
PARA LA MAÑANERA (Porque no me dejan entrar sin tapabocas): El boquisuelto de Samuel García, gobernador de Nuevo León se volvió a lucir iniciando las obras de la línea 6 del metro capitalino, haciendo lo que mejor sabe hacer, declaraciones aventuradas y pendencieras: él, él, siempre él, va a hacer en seis años lo que seis gobernadores no hicieron en 30. Y no se va a robar ni un pinche peso. Claro, para eso hay que tenerle paciencia: nos va a entregar el mejor estado de la república y –para que amarre- de toda América Latina. Yo le regalo una conseja popular que mi padre repetía: los viejos hablan de lo que hicieron. Los pendejos de lo que van a hacer.
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Domingo, 12 de Febrero de 2023