FÉLIX CORTÉS CAMARILLO
Periódicamente, entre la maraña de medios de información que a la vez nos acechan y nos ofrecen sus caricias, pasan trenes de origen diverso y destino incierto. Se trata de temas, con frecuencia animados por el dramatismo y la popularidad de la llamada nota roja, que se presentan a los deseosos de la fama momentánea de la que todos sabemos. El tren de los días que corren es, como suele suceder de cuando en vez, la defensa de nuestras mujeres, trágicamente la condena generalizada a la violencia física en contra de ellas y su estación final, el feminicidio. Ya lo será el fraude telefónico, los polleros, la legalización de la mariguana o el tráfico de órganos.
Hay una connivencia engañosa entre el gobierno mexicano a todos los niveles y las tendencias de las llamadas redes sociales. Nos engañan con la verdad o nos seducen con as estadísticas. Lo indudable es que durante la presente administración los registros de asesinatos violentos se antojan incontrolables en su incremento; las desapariciones de mujeres jóvenes siguen el mismo sentido, de la misma forma en que los macabros hallazgos de fosas clandestinas que alojan cuerpos de mujeres violadas y luego asesinadas aparecen como una realidad cotidiana con la que debemos acostumbrarnos a vivir.
El machismo, caldo de cultivo de nuestro maltrato a las mujeres, no es un fenómeno social exclusivo de nuestra cultura, como diría desafortunadamente Peña Nieto de la corrupción, aunque el ex presidente no andaba tan equivocado, diga lo que diga el presidente López. Nos dan cursos intensivos de machismo desde que comenzamos a vivir: los hombres no lloran, y para jugar con muñecas se nos pone la condición de haber alcanzado la pubertad. Esos mensajes adquiridos desde la niñez en casa se van fortaleciendo en el entretenimiento que se disfruta en el cine, las revistas de encueradas, las cantinas o las pin-up girls de peluquerías o talleres mecánicos. De todos los países que conozco.
La violencia contra las mujeres tiene especiales facetas entre los mexicanos, sin embargo. Una de ellas es que el criminal se encuentra por lo general en el círculo más cercano, incluso íntimo, de la víctima. Ese particular elemento hace muchas veces a la víctima simultáneamente en cómplice: “déjelo que me pegue, que es mi viejo” es una frase coloquial pero no muy lejana a la verdad. Una cantidad imposible de determinar siguen durmiendo el sueño de la ausencia de denuncia penal. Y si no hay denuncia, no hay persecución.
Una de las más ominosas características del no sistema de administración de la justicia es la impunidad. La otra es el desaseo.
El mejor ejemplo de esto último es la desaparición y muerte de la joven Debanhi Escobar en mi pueblo. En la más depurada dramaturgia de la telenovela, la autoridad nos ha ido desvelando, en competencias aparentes con el padre de la víctima -ansioso también de notoriedad al grado de que debe estar apareciendo ahora en el programa de televisión de la señorita Laura- detalles y datos a cuenta gotas de lo que pasó hace 19 noches. Que si estaba beoda, que si salió de una fiesta para buscar otra más animada, que si entró sola o no entró al motel en donde su cadáver apareció ya en putrefacción; que si el chofer que la llevó era conocido de ella y sus amigas, que si ya apareció el celular de la joven.
Todo un rosario de mentiras, traiciones y verdades a medias. Los indignados propietarios de las buenas conciencias piden el cese del jefe de la policía y del fiscal estatal de Nuevo León. Como si con ello se resolviera el montón de casos de mujeres asesinadas.
PILÓN PARA LA MAÑANERA (porque no me dejan entrar sin tapabocas): Después de los elogios de Donald Trump al presidente López, éste todavía se ofende cuando le citan al señor Taibo y su florido lenguaje, por aquello de las dobladas.
felixcortescama@gmail.com
martes, 26 de abril de 2022