FÉLIX CORTÉS CAMARILLO
Por motivos que desconozco y no me interesa descubrir tras larga exploración, en mi regiomontano barrio infantil cuando jugábamos a las canicas había juegos y movimientos que se llamaban de acuerdo a la lógica.
El pocito consistía en poner en los dedos cordial y anular de la mano cuatro canicas de cemento -las de piedra ágata eran muy caras- y lanzarlas a un hoyuelo cavado en el piso a uña limpia -es un decir- para ver cuántas quedaban dentro y cuántas fuera. Pares, ganabas, nones perdías. Si la apuesta era de seis, ocho o diez bolitas coloreadas en lugar de las cuatro referidas, el premio crecía.
Un círculo al centro del patio aplanado de la vecindad, y trazado por una mano precisa con una misma canica del juego, delimitaba el perímetro del ahogado.
Dentro de ese imaginario lago, los participantes colocaban un número igual de canicas que eran su apuesta. Ágatas o de cemento. Luego, por turnos, cada uno usaba su tiro, su canica favorita que podía ser una ágata, para tratar de sacar con el golpe de ella, la mayor cantidad de canicas del centro, para sumarlas a su botín, sin que el tiro quedara dentro del perímetro establecido. El dueño del tiro que se quedaba ahogado dentro del círculo, perdía, excepción hecha de las canicas que había sacado antes del lago de nuestra niñez.
Pero nunca entendí una jugada que se llamaba entonces la burriola. No he podido encontrar en léxico castellano o de otro, definición de este acto. Lo más probable es que Burriola haya sido un apellido de origen incierto. Seguramente vasco, porque es lo que nunca entendemos todos.
Para los niños de entonces, la burriola era un concepto desolador.
En esencia, cuando estábamos todos concentrados en el tiro para que uno u otro sacara mejor ventaja del círculo del ahogado, llegaban dos pelafustanes, obviamente mayores y más fuertes que nosotros, y agarraban la mayor cantidad de canicas que estaban en juego, gritando, cual soldados medievales al ataque en película gringa: «Burriola….»
Nosotros nos quedábamos desposeídos y tristes mentándoles la madre, porque ya sabíamos entonces cómo se hacía.
Muchos años después, cuando mi oficio me hizo entender los mecanismos de la política mexicana, recordé al panzón aquel que se robó mis canicas de cemento. Le menté, una vez más, su madre.
¿Alguien pensó que estaba yo escribiendo de la fiesta cívica del seis de junio en México?
CANTALETA (HASTA EL 6 DE JUNIO): Dice Catón y yo coincido con mi amigo Armando Fuentes Aguirre: «un voto por Morena es un voto contra México».
felixcortescama@gmail.com
Gracias Maestro Cortes Camarillo por este paseo por los rincones de la memoria para yraer de nuevo a la conciencia , hermosos episodios vividos en nuestra infancia y que con horror podriamos verlos hechos realidad este 6 de Junio.
Abrazo y lo esperamos mañana viernes.
Ahí nos abrazamos.