FÉLIX CORTÉS CAMARILLO
Con algunas pausas inevitables e indispensables vengo escuchando informes presidenciales en México desde los tiempos de Ruiz Cortines hasta el día de ayer. En mi adolescencia y primera juventud se trataba de largas peroratas incomprensibles, pobladas de cifras millonarias que no decían nada, excepción hecha del deseo -instrucción- del presidente en turno de que los periódicos del día siguiente destacaran que los montos mayores del gasto nacional se habían dedicado a educación y salud.
El presidente López, en su turno, no canceló su conferencia llamada de prensa la mañana de ayer. Simplemente le cambió el horario y la sede; la hizo a las once diez de la mañana en el patio central de Palacio Nacional. En lugar de los supuestos periodistas que convoca, instruye y maneja su jefe de prensa, hubo solamente cuarenta paleros, invitados especiales que aplaudieron cuatro veces al discurso. Originalmente había reservado el Auditorio Nacional y sus diez mil butacas para el espectáculo; ése vino por la tarde con su elenco de cantantes favoritos y otros invitados menos especiales.
El presidente López le llamó a la sesión informe. Debe haber sido el octavo o noveno, porque ya le perdí la cuenta, aunque la ley establece que el presidente de la república debe rendir cuentas ante el Congreso una vez al año al inicio de su período de sesiones. Pero en esta administración ya todo se ha tirado a chunga. Hasta el concepto de informe.
O las cifras, por ejemplo. A diferencia del pasado, los mayores gastos se han dedicado en la cuarta simulación a la milicia, aunque esos números se escondan tras las asignaciones de obra al Ejército y la Marina en todo el manejo de la economía nacional. Las obras clave de estos tiempos se llaman refinería tres bocas, tren maya y aeropuerto Felipe Ángeles, encargados a los de uniforme. Lo mismo pasa con la administración de aduanas y puertos, seguridad y soberanía, que son las únicas funciones específicas para las que las fuerzas armadas existen.
Entre sus preferidas muletillas, coda a cada una de sus promesas de campaña como candidato o presuntos logros como presidente, López Obrador añade «en términos reales». Así, con todo cinismo, el presidente López pudo afirmar, como lo hizo desde hace tres años, que el precio de los combustibles no iba a aumentar en términos reales. En el mismo sentido pudo decir que el salario mínimo ha aumentado en su ejercicio cuarenta por ciento, en términos reales, y que la vacunación contra el Covid va a toda madre, en términos reales, con por lo menos una inyección por cráneo a los viejitos, o las medicinas para los niños pacientes de cáncer. En términos reales.
Esos términos reales quieren decir simplemente que si las cosas están más caras eso no va por encima del seis por ciento, que es la tasa de inflación estimada por el Banco de México. Los que hacemos el super, el mercado o el estanquillo sabemos que no es así.
La realidad real es otra.
El narcotráfico domina más territorio que el propio presidente López. Nombra, amenaza, extorsiona, sustituye, instruye, secuestra o mata a los gobiernos locales, en los municipios, que son la savia de la república. La violencia se ha apoderado de las decisiones y el presidente López no parece entenderlo. En términos reales.
Todo el discurso triunfalista del presidente López culminó ayer con un mensaje que había anticipado con los datos de una supuesta encuesta en la que los mexicanos -siete de cada uno de nosotros- estamos felices con su presidencia y deseamos fervientemente que siga en su sitio. Muchos gracias, nos dijo.
Por nada.
PARA LA MAÑANERA (porque no me dejan entrar sin tapabocas): Señor presidente, con todo respeto, ¿quiere que le recuerde el 31 de octubre el porcentaje de mexicanos que no han sido vacunados? O usted prefiere restregarnos el monto de las remesas de los mexicanos desde los Estados Unidos, monumento a la falta de oportunidades en México?