Gerardo

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FÉLIX CORTÉS CAMARILLO

            Según mis cálculos yo dormí en Praga, la ciudad más bella del mundo, unas tres mil cuatrocientas noches de mi vida. Bueno, casi dormí. Y casi diez años.

            La muy primera de esas noches me invitaron a cenar en un restaurante praguense muy caro, dos queridos artistas regiomontanos que ya ahí vivían, el actor Héctor Martínez y el pintor Gerardo Cantú.

            Cuando nos dieron el menú, la primera línea decía, obviamente en checo, «tatarsky biftek» y eso fue lo que elegí. Gerardo, conocedor de que los regios comemos la carne bien asada y odiamos los huevos mal cocidos, me preguntó si estaba seguro de saber lo que estaba pidiendo, y yo estrené mi petulancia y le dije que sí. Cuando me trajeron un plato de carne molida cruda con una yema de huevo en el centro y aderezos alrededor me arrepentí del lugar que había elegido como mi casa para un trozo importante de mi vida.

            El primer abrigo de lana que en mi vida tuve y que por cierto me quedaba bien largo, me lo regaló Gerardo, junto con un pequeño bodegón de acrílico sobre papel donde se ve una botella de vino y un cenicero, ambos vacíos, y que honra una pared de mi casa.

            Creo que Gerardo, el chato Cantú, me contó que nació en Comales, y gracias a eso supe que existía un pueblo de ese nombre en Camargo, Tamaulipas, pero se hizo pintor en Monterrey, un poquito en Praga, Madrid, París y el resto del mundo. En Nueva Rosita, Coahuila presumen que era de ahí. Sea. Marinés, su mujer, se le murió hace años en su casa que conocí subiendo rumbo al olivar de los padres de la ciudad de México.

            Revisitando sus cuadros yo llego a pensar a veces que Gerardo nunca salió de la alameda Mariano Escobedo de Monterrey. Y que la pintó y la repintó en miles de variables. Con sus mismas niñas, globos, encinos y payasos. Tal vez me equivoco.

            Pero mi tierra, Monterrey,  ha tenido la fortuna de ser almácigo nutriente de talentos grandes de las artes plásticas. Gerardo Cantú es uno de ellos, junto con Guillermo Ceniceros, Esther González y muchos más.

            Gerardo murió ayer y me duele mucho.

            Más me duele, aunque Gerardo no lo tome en cuenta, que mi tierra ingrata no sea capaz de expresarle una condolencia, un homenaje, a su talento y a su trabajo. La Pinacoteca de la Universidad Autónoma de Nuevo León le ha sabido hacer reconocimiento, afortunadamente en vida. Hoy, que ya no está con nosotros, merece algo más trascendente.

‎felixcortescama@gmail.com

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