Mariúpol y la Nomenklatura

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FÉLIX CORTÉS CAMARILLO

            Desde que al señor Putin se le ocurrió restaurar la Rusia Zarista y al mismo tiempo la URSS de Stalin, la toponimia de Ucrania se puso de moda en todo el mundo, que trataba de digerir la complejidad de la agresión contra el granero de Oriente y por mucho un importante proveedor de los granos que Occidente anda buscando. España, que depende para sus manjares de este ingrediente, no encuentra un galón de aceite de girasol a menos de 150 euros, donde lo hay escondido, para desgracia de los consumidores de churros, calamares a la romana y buñuelos: Ucrania es el principal productor de aceite de girasol en el mundo.

            Así, volví a leer con frecuencia en los periódicos los nombres de ciudades soñadas que aprendí en las obras de Anton Chejov: Kiev, Jarkov, Lvov, porque así se dicen en ruso. En ucraniano se les llama Kyiv, Jarkiv y Lvyiv. Otros nombres que son hoy noticia, como Chiernobyl, fueron terra ignota para el dramaturgo y cuentista del médico rural; las explosiones nucleares no se habían imaginado aún en su tiempo.

            Mariúpol se dice igual en ambas lenguas y quiere decir, obvio es, Ciudad de María. Es una mediana ciudad costera en la confluencia de los ríos Kalmius y Kalchyk, cercana al Stary Krim y Sartana, de mayor prosapia. Escribí es, y me confieso imbécil. Fue. Mariúpol está en proceso de extinción minuto a minuto en lo que el Kremlin quiere ver como la gran ofensiva final para doblegar Ucrania y anexarla toda, mientras gran parte del mundo quiere que esto no suceda.

Mientras esto no suceda, del medio millón de habitantes que tenía Mariúopol, quedan veinticinco mil civiles amontonados en los refugios de la acería de Azovstal. Están esperando el último proyectil que Rusia les mandará. El 75 por ciento de la ciudad está en ruinas y el fuego no cesa. La proporción de combatientes es de 10 a 1 a favor del invasor; lo mismo sucede con el armamento.

En esto reside la saña del invasor, ahora comandado por el general Alexander Dvornikov, represor de fama sanguinaria. Los rusos están ofendidos profundamente.

El término ruso Nomenklatura ha sido trasplantada a otras lenguas como sinónimo de la alta burocracia que maneja las acciones militares y políticas rusas. Y en estos días, la nomenklatura está muy molesta. La invasión que les contaron sería una guerra relámpago para tomar en tres días Ucrania entera, meter preso al presidente  Zelensky y poner un gobierno títere en su lugar. Pan comido.

Pues resulta que los ucranios se defienden como patriotas y como soldados calificados. El hundimiento del buque insignia de la invasión por fuego de los invadidos es algo intolerable. El barco Mockba -Moscú- no era una trajinera xochimilca sino un potente acorazado que había registrado batallas exitosas en la guerra de Siria. Y fue hundido. Eso no se le hace a quien sueña con ser el Zar de todas las Rusias. Ni a su nomenklatura, que ya ha comenzado a quejarse del alto costo de esta pinche guerra.

Por eso en pleno combate, Ucrania está consciente de que Biden no irá a darles el apoyo presencial que piden, ni se involucrará más allá de lo que ya ha comprometido: apoyo verbal, financiero y de armamento. Nada más.

En este mundo, a veces eso no basta. Cuando la nomenklatura ruge.

PREGUNTA PARA LA MAÑANERA (porque no me dejan entrar sin tapabocas): ¿Será verdad lo que se dice por doquier que la urgencia de la campaña inesperada de vacunación anti COVID tiene que ver con los miles de vacunas almacenadas en México por tanto tiempo y negadas a los que las necesitaban, y que tienen fecha de caducidad en mayo?

‎felixcortescama@gmail.com

miércoles, 20 de abril de 2022

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