FÉLIX CORTÉS CAMARILLO
A los lugares comunes: Las guerras de ahora ya no son como las de antes.
Duraban treinta años, eran púnicas, medas o del Peloponeaquello; muchas eran civiles, como la idiota de la Revolución Mexicana, con su millón de cadáveres, que anticipó en contenido, la frase del Lombardo de Lampedussa: que todo cambie, para que todo siga igual. O la de España, que al final propició el resurgimiento de una España moderna, y la transfusión de sangre intelectual a México, del invaluable exilio español.
Dicen que dos tribus sumerias, hace dos mil setecientos años, y al sur de la entonces todavía inexistente Babilonia, la tribu Lagash y la Uma protagonizaron la primera guerra registrada en el mundo, disputándose una parcela irrigada. Ya no me acuerdo quién ganó, y ese es el punto. El que gana el pleito cuenta la historia de su triunfo, y la convierte en verdad aceptada.
Si el eje Berlín-Roma-Tokio hubiese ganado la guerra en 1945, la imagen de Adolf Hitler y Mussolini serían hoy distintas y los malos históricos serían Churchill, Roosevelt y Stalin, por lo pronto, además de los judíos, rumanos, gitanos y homosexuales que acabaron en los crematorios. Entre otros. No quiero imaginar lo que las maestras nos hubieran contado en la secundaria. Pero hoy es hoy.
Según el presidente Trump, la guerra de los catorce días (cuente bien, don Donald) ya terminó. Sí, mientras no se le ocurra a un general de un lado o del otro apretar un botón o dictar una orden que cause más muertos, me vale madre de qué lado.
Me ocupa el conteo.
Como aquí escribí hace un par de lunas, Donald Trump afirmó que había obliterado con su ataque espectacular la capacidad nuclear de Irán; eso es, que la había borrado de la existencia universal. Resulta que informes internos del Pentágono —nunca falta un chismoso— dicen que los daños fueron marginales y que en seis meses Irán estará de nuevo en su potencia nuclear.
Betanyaju celebra la hermandad con los Estados Unidos y presume a Trump como el mejor aliado histórico, cosa indudable.
El gobierno del Ayatollah Jamenei dice que le pelaron los dientes y que todo sigue como antes. O sea que, como no dice la perinola, “todos ganan”.
Si todos ganan, me temo que todos ponen, y que esta telenovela no ha terminado.
En términos de municiones, destrucción y declaraciones triunfales, todavía tenemos mucho que leer. Yo quisiera que el número de humanos muertos, los que se confiesan, sea tan menor como lo es hoy.
Para la mañanera del pueblo (porque no dejan entrar sin tapabocas):
La secretaría de Hacienda le contestó anoche rauda y veloz a Scott Bessent, secretario del Tesoro de los Estados Unidos, con dos palabras: dame pruebas.
El asunto es magno. Bessent y su gente destapó ayer una cloaca multimillonaria de lavado de dinero, influencias y tráfico de drogas con China en medio, y que involucra a tres compañías financieras mexicanas. Muy significativamente Vector Casa de Bolsa.
Vector es de prosapia regiomontana. Carlos Bremer —sí, el de la Casa Bremer de la calle Zaragoza en donde comprábamos los apareos deportivos— la fundó hace 33 años. Luego de la reciente muerte del patriarca, se atribuye su dominio a Alfonso Romo, en un tiempo pieza clave en la relación de Lopitos con el capital de Monterrey. Hacienda dice que los únicos…
Yo no sé si el Tesoro de los Estados Unidos vaya a contestarle a Hacienda. De lo que no tengo duda, es de que anoche en varias recámaras regiomontanas no se durmió con tranquilidad.
felixcortescama@gmail.com
Miércoles, 25 de junio de 2025
16:59