FÉLIX CORTÉS CAMARILLO
El discurso de ayer del presidente Trump de los Estados Unidos en la Asamblea General de la ONU, el primero en su segundo mandato presidencial, que tiene ocho meses, fue largamente esperado por el mundo. Los temas de aranceles, paz y reprimendas para los que no coinciden con él, fueron la constante previa.
Solamente se ratificaron en el foro.
Dijo Donald Trump en las primeras palabras de su discurso, que no iba a usar el teleprompter -un proyector de texto a una pantalla transparente, para que el orador finja que está hablando de su ronco pecho, y no leyendo un escrito preparado y ensayado con antelación..
Más tarde, Trump mencionó el incidente, en el que él y su esposa Melania se quedaron atorados en una escalera mecánica-eléctrica. Aquí hizo gala de la buena condición física de su mujer, y de él mismo, que les permitió subir a mitad de la escalinata a pie.
Conociendo el ramplón estilo de la retórica norteamericana, en la que todo discurso en público se debe iniciar con un chascarrillo, para aflojar la tensión que provoca la incertidumbre sobre lo que el orador va a decir, pudo haberse disfrazado de muletilla de político.
Fue algo más. La pregunta central del presidente del país más poderoso del mundo fue lapidaria: ¿para qué sirve la ONU? Se contestó solo: para nada. Si no arregla una escalera eléctrica y un teleprompter en su edificio, ¿cómo va a arbitrar los conflictos del mundo?
Yo solo, afirmó, acabé con siete guerras —unas que duraban doce años, otras 28 y algunas 31— en el mundo, a saber: India- Pakistán, Camboya contra Tailandia, El Congo vs Rwanda, y Serbia contra Kosovo. Hay poco documento sólido de ese papel pacificador de Donald, que sigue : Egipto y Etiopía, Armenia contra Azerbayan, y el último capítulo siendo los doce días de “guerra” entre Israel e Irán.
Lo que es notable, es que Trump ha ido a Naciones Unidas a invitar al mundo entero a que siga y reproduzca su proyecto de nación, lo que se llama MAGA. Es un proyecto muy sencillo, mesiánico, seductor y estrictamente nacionalista.
“América es para los americanos” repitió Trump en la ONU un viejo concepto de su país. Eso se traduce en el impulso firme a las empresas locales, a los altos aranceles a todo lo que no se produce en su territorio, y sobre todo, a impedir la “invasión” de los migrantes. Perseguirlos y expulsarlos. Ustedes, les dijo a los miembros de la ONU principalmente europeos, si ustedes no hacen lo que yo hago, sus países se van a ir al infierno.
La señora presidente Claudia Sheinbaum, que como jefe de Estado tenía derecho al podio de Naciones Unidas al nivel de Trump, decidió apocarse y mandar al secretario de Relaciones Exteriores a que hable en la tercera división (jefe de Estado, primer ministro, ministro) en ese foro -medio vacío y medio lleno- que pudo haber aprovechado para recuperar el prestigio perdido de México en lo que los cursis llaman el concierto de las naciones.
Pero estábamos con Trump. Si no se apega el mundo a la visión de Trump, el mundo corre peligro. Por eso hay que recordar el dicho de la abuela: si se acaba el mundo, me voy a Mérida.
PILÓN: PARA LA MAÑANERA DEL PUEBLO (porque no dejan entrar sin tapabocas): A Mauricio Fernández Garza se le va a recordar en Monterrey, en Nuevo León y en México, como un heredero de gran fortuna que no se dedicó, como otros de esa calaña, a dilapidarla.
La incrementó, pero además dedicó parte de ella a sus aficiones culturales. Trajo a Monterrey -pieza por pieza- un techo centenario que se llama La Milarca, para que cubriera en un recinto diseñado para ello, el museo personal de Mauricio.
En los últmos años de su vida sacó La Milarca de su casa en San Pedro, ciudad que gobernó en tres ocasiones y pico, y que convirtió en el municipio más seguro del país, para ponerlo a disposición de todos, en un museo particular y público.
Con visión crítica, la colección de las piezas arqueológicas, antropológicas o artísticas de Mauricio, me recuerda mucho al Museo Soumaya, de espléndida arquitectura, en la ciudad de México: se trata de eclécticas colecciones que fueron reunidas para el deleite de un hombre muy rico que pudo comprarlas.
Eso no es malo; es lo que hacen todos los compradores de arte.La mayoría se queda con esas piezas para su propio deleite. Mauricio, no.
Todos los que escriben en medios ya han comenzado a descubrir los valores ocultos y virtudes de Fernández Garza, que hasta ahora desconocían.Yo me quedo con el valor tremendo que para mí presupone asumir la propia muerte. Sabedor de la gravedad de su cáncer y de lo inútil y molesto para todos —comenzando por él mismo— que era prolongar su agonía por tiempo impreciso y doloroso, ordenó cesar su medicación y esperar tranquilamente la última estación.
Eso vale mucho más que un trilobite, un palacio en España y todos los otros bienes que tuvo Mauricio.
Buen viaje…
Tuesday, September 23, 2025
16:21