FÉLIX CORTÉS CAMARILLO
Ayer me refería yo en este mismo espacio, al graznido agudo y estruendoso que emite el cisne cuando, fallecida su pareja, decide morir y se estrella desde la gran altura en el piso. Me preguntaba yo si el discurso mañanero del miércoles, mal llamado tercer informe de gobierno, no era un reconocimiento de que el presidente López se estaba dando cuenta de y estaba reconociendo, que ya va de salida.
Sí y no. Me voy pero me quedo parece ser el verso favorito de López Obrador. Una y otra vez en su lectura de anteayer insistió en que, como en los viejos tiempos de la radio, su melodía llegó para quedarse. Que aún y si por alguna circunstancia tuviese que abandonar su posición de mando absoluto del país, podría irse tranquilo afirmando que había dejado cumplida su misión.
Esa fue mi lectura. La lectura del mundillo político mexicano fue muy distinta. El presidente López, sin abrigar duda alguna de que su movimiento conservará la silla presidencial en 1924 -con él en ella o de pie a su lado- dio el banderazo de salida a los aspirantes a sucederlo. Aunque en realidad, ya varios habían recorrido metros en la pista.
El fenómeno no es nuevo. Se presentó en la segunda mitad de cada sexenio como una especie de deporte nacional, adivinando quién era «el bueno». La figura mítica del «tapado» tiene sus raíces en esa charada misteriosa que el presidente del PRI lanzaba en sus últimos tres años para entretenimiento del respetable.
El acertijo suele ser perverso, como perversos suelen ser los presidentes mexicanos de cualquier partido: mediante canales diversos de filtración informativa se sugerían nombres varios, entre los que se encontraba el finalmente escogido para la suprema unción.
Morena no es más que un PRI con otros colores. El presidente López es suficientemente inteligente para llegar a la perversión total. Desde mucho antes de llegar a la mitad del camino ya había desvelado de palabra y obra a sus favoritos para la sucesión presidencial, que López Obrador está convencido va a manejar.
En primerísimo lugar la gobernadora de la capital del país, Claudia Scheinbaum; única persona que compartió con el presidente López en el zócalo, sentadita en una silla el tablado central en su primer informe.
En segundo lugar el carnal Marcelo Ebrard, canciller de la República, que anduvo un buen rato como prófugo de escasos recursos primero en París y luego en los Estados Unidos. Su peregrinar se originó en la compartida sospecha de la responsabilidad de Ebrard en lo mal hecho de la llamada línea dorada del metro de la Ciudad de México. El mismo que este año dejó casi 30 muertos y ningún responsable; ya no digamos un culpable.
Los demás son distracción. Pero el mago que dio la arrancada bien puede sacar un conejo de la chistera. Por ejemplo uno que anda estrenando oficina en las calles de Bucareli. Es el deporte nacional, que ya arrancó.
PARA LA MAÑANERA (porque no me dejan entrar sin tapaboca): con todo respeto, señor presidente, si don Julio Scherer Ibarra es lo mejor que sele unta al queso, es hermano, alumno, amigo, compinche, y abogado, ¿por qué deja la oficina jurídica de la presidencia para irse a practicar la abogacía?
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