FÉLIX CORTÉS CAMARILLO
Los mexicanos, al menos los de mi generación, crecimos en la obligada creencia de que el noventa y ocho por ciento de nosotros somos católicos. Y no me discutas.
La sociedad, que ha estado evolucionando desde entonces, además del comportamiento individual y colectivo, incluye la estadística que es la rama de las matemáticas que establece el cómo se acopia, almacena, clasifica y evalúa los datos. Resulta pues que los numeritos de ahora son muy diferentes a los de entonces.
Aquí opera una serie de factores. Las diferentes interpretaciones del cristianismo, mucho más sencillas de entender y mucho más agresivas en su reclutamiento, en México registran importante incremento en su grey, especialmente en las capas de menores ingresos y en las rurales; Chiapas, por ejemplo.
Por otro lado, los católicos de fachada, que sólo asistían a un templo en bodas y entierros, han salido del closet. La religiosidad de los jóvenes es sumamente baja, por lo que yo presencio. Suma sumando, la verdad es que no podemos saber si los mexicanos seguimos siendo mayoritariamente católicos.
De lo que no me queda duda es que la gran mayoría de los mexicanos somos guadalupanos, aun siendo agnósticos.
Ayer fue la celebración mexicana más importante fuera de las oficiales: el día de la Virgen de Guadalupe. Vamos, hasta el presidente López, que no es católico, canceló su perorata mañanera con motivo del día.
Es comprensible.
La Virgen de Guadalupe es mucho más que in ícono religioso que representa a la madre de Jesús. En México es factor de unidad nacional, elemento de identidad étnica, ratificación de continuidad cultural y último refugio en la desesperanza. No tiene nada de raro que uno de los programas de televisión más vistos por más años en México consista en dramas en situación de profunda crisis cuya inflexión está marcada por la divina intervención mariana y se llama La Rosa de Guadalupe.
El más importante factor del fenómeno guadalupano es su sincretismo. Los frailes que vinieron con los conquistadores españoles inventaron la virgen de Guadalupe haciendo una fusión de la diosa Tonantzin venerada por los aztecas, y el recuerdo de la española Virgen de Guadalupe que desde 1326 está en Cáceres, Extremadura. Mientras ésta es blanca, de mirada altiva, la mexicana es morena, con una humilde mirada baja, que desde entonces caracteriza una faceta del carácter mexicano. La morena del Tepeyac es, además el símbolo máximo de la madre; de la misma manera, la madre está en el mayor insulto que un mexicano puede obsequiar a otro.
Hace muchos años, en Televisa, Don Emilio Azcárraga Milmo me dijo rotundo: aquí hay cosas que no se tocan: el presidente de la república, las Fuerzas Armadas y la Virgen de Guadalupe. Recordando ese momento, me doy cuenta de que a los mexicanos no nos queda más remedio que acudir a la Guadalupana. Tomemos por ejemplo a las madres de los desaparecidos en nuestro país. No han obtenido ni atención ni apoyo del presidente, ni de las fuerzas armadas. Solamente les queda esperar la ayuda de Guadalupe. “Acuérdate que soy tu madre” es la más popular frase que se le atribuye. Hay millones de mexicanos que no han tenido la protección maternal.
PARA LA MAÑANERA (Porque no me dejan entrar sin tapabocas): La Fuenteovejuna del otro día en un municipio del Estado de México, cuando los pobres hartos de las extorsiones, amenazas y asesinatos por parte de la delincuencia organizada los tundieron a palos, piedras y fusiles, matando a diez y perdiendo cuatro, no fue solamente una agria bienvenida a la gobernadora que impuso ahí el presidente López. Es una advertencia a la federación: los ciudadanos ya están hartos de tener que dar abrazos a los delincuentes como marca la regla impuesta. Ahora les van a dar, si les va bien, balazos. A veces, los van a quemar vivos. Y ya ocurrió.
felixcortescama@gmail.com
Martes, 12 de Diciembre de 2023
Muy bueno y muy contundente!
Gracias