Putin y su guerra perdida

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FÉLIX CORTÉS CAMARILLO

            Puede ser que esta misma semana el ejercito ruso termine por lanzar la ofensiva sobre Kyiv, simultáneamente sobre Lviv y el puerto de Odessa. Es probable que el heroico ejército de Ucrania con numerosas bajas de ambos lados de la línea de fuego, termine por rendirse ante la superioridad del invasor. Puede ser que Wolodymir Zelensky, Presidente valeroso, el actor ucranio convertido en héroe y líder de una resistencia ejemplar patriótica y desamparada, acabe siendo convertido en mártir por las tropas de la Rusia zarista revivida. Puede ser que Rusia haga oficial su dominio sobre Crimea y la anexión de ella y las repúblicas orientales de Ucrania a la madre de todas las Rusias. Puede ser que todo ello suceda ante la vacilación políticamente correcta de Occidente, cuya reacción a la invasión de Ucrania tiene todo el tufo del pacto de Munich de 1938.

            En esa capital de Baviera, el 30 de septiembre de ese malhadado año, los gobiernos de Francia y el Reino Unido, con la complicidad de Benito Mussolini, le entregaron a Adolfo Hitler la región germanoparlante de Checoslovaquia llamada los Sudetes. Estaban convencidos de que con ello frenarían las ambiciones expansionistas de la Alemania nazi. Al año siguiente Hitler invadió Polonia y se armó el follón de la Segunda Guerra mundial que ya vimos en todas las películas que no entendimos.

            En ese mismo tenor, los Estados Unidos y el resto de Occidente han decidido sacrificar a Ucrania para que Vladimir Putin calme sus ansias de novillero y se vuelva a anexar Letonia, Lituania, Rumania y si se puede de paso Finlandia. Todo a cambio de no dejar sin gas -y de paso sin cereales ucranianos- al resto de Europa.

            Y sin embargo la Guerra de Ucrania, que así han de conocerla mis bisnietos, ya la ha perdido Vladimir Putin. Todas las apariencias, y los partes de guerra disponibles, apuntan a que la estrategia militar del Kremlin le había prometido a su zar de imitación una Blitzkrieg de resultados inmediatos. A la milicia de a pie le vendieron la ilusión de que los oprimidos rusos étnicos de Ucrania los iban a recibir como a las tropas libertarias, como lo hicieron en 1945 con sus bisabuelos del Ejército Rojo. A los rusos en casa les dieron de palos y cárcel cuando se atrevieron a protestar y a los periodistas que osaran utilizar la palabra invasión de Ucrania a lo que Putin llama operación militar especial les amenaza una pena de quince años de prisión.

            Putin ha perdido esta guerra aunque gane la batalla de Kyiv. Este fenómeno es anacrónico. La política le ha dado carta magna al mundo para que retroceda en la historia. No nos ha llevado solamente ochenta años atrás al pacto de Munich y el cobarde retroceso ante el nazismo. Hemos regresado mucho más en el pasado: al siglo XVIII de Pedro el Grande y su segunda esposa, su sirvienta Catalina, al fundador de la dinastía Romanov, con la que llevó a la Rusia hasta Polonia. Más temprano aún, estamos retrocediendo a la Kyievskaya Rus, la gran nación eslava-nórdica que llegaba del Báltico al Negro.

            Putin ha perdido la guerra si en la política existe algo que se llama moral.    

PREGUNTA PARA LA MAÑANERA (porque no me dejan entrar sin tapabocas): con todo respeto, señor presidente, ya de una vez ¿por qué no ponemos en pausa las relaciones de México con todos los países de la Unión Europea? Después de todo, tienen un parlamento plagado de borregos que no entienden la cuarta simulación. Finalmente, lo único que tenen es otro pastor. Más inteligente, creo.

‎felixcortescama@gmail.com

domingo, 13 de marzo de 2022

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